Nueva York es un hervidero de corrupción. Los clubs y discotecas donde las mafias llevan a cabo la mayoría de sus chanchullos. Joaquin Phenix es el “hermano malo” mientras su familia se dedica a proteger la ley y el orden de la gran manzana él lleva uno de los más míticos clubs de las afueras y tiene vistas de seguir subiendo en la escalafón. Un incidente en el que disparan a su hermano le obliga a tomar una determinación: actuar contra sus antiguos colegas y espiar a uno de los mayores narcotraficantes para vengar el agravio familiar aunque de ello dependa renunciar a su antigua vida.
Siento no compartir el entusiasmo de la crítica general con respecto a esta cinta ortodoxa pero no brillante sobre gangsters y policías. Es cierto que es de una factura fílmica impecable, una dirección soberbia y actores que parecen acomodados en un estado de gracia continuo pero en realidad la sensación de que la narración no avaza y se estanca resulta asfixiante en un determinado punto.
Está tan bien hecha que no deja lugar a la sorpresa, la innovación o cualquier tipo de riesgo que no está contemplado en este milimétrico retazo de cine. Hasta las dosis de violencia o sexo están medidas con cuentagotas para no rebasar la barrera que separa la obra maestra de lo políticamente correcto.
No me malinterpreten. La noche es nuestra no es mala película. Es, de hecho, de lo mejor que se puede ver en las carteleras, pero deja este regustillo a decepción ante lo que pudo ser y no fue.
PROS: La evolución del personaje de Duvall.
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