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Calvarie o Calvario es en muchos aspectos, y en concreto literalmente, lo que su propio nombre indica… pero sin penitentes de por medio. En una atmósfera cargada, siniestra y a veces algo tópica se convierte en una suerte de Psicosis a lo belga.
Marc Stevens es nuestro “héroe”, un cantante de segunda que hace su agosto en actuaciones navideñas ante ancianitas en busca de amor. Por un accidente del destino y del mal tiempo acaba en un bosque con su camioneta estropeada en un siniestro paraje desierto donde como siempre aparece casualmente un hotelillo donde puede resguardarse haciendo compañía a su anfitrión, un aparentemente amable pero posesivo dueño que parece esconder algo. Siguiendo todos los cánones de cómo liarla en una situación límite con lugareños raros de por medio, enfermos mentales y demás paranoias acompañadas de bailes en el bar local, animales de granja y amores imposibles el resto de la historia es necesario verla para entender la angustia, la violencia, la obsesión y el puntito gore que acarrea que algunos la consideren ya un mito europeo.
Fabrice Du Welz estructura toda su historia en torno al personaje “invitado” con cierto tino y mucho ojo a la hora de alternar silencios y parajes desiertos, no en vano su mayor virtud es la ambientación. Sin embargo Calvario se convierte en ocasiones en una irregular cinta con tintes de thriller y reminiscencias a muchos otros films de terror. A pesar de ello la envolvente personalidad de Laurent Lucas, pero sobre todo la hipnótica carnicería y las aberraciones de los pueblerinos coléricos y enfermos hacen que las rarezas que circulan por el metraje tengan un grado de irrealidad suficiente para mantener una sana distancia e interpretar algunas escenas con un sentido del humor que ayuda a la digestión de la solapada crítica a la naturaleza humana.
A ratos aceptable y por momentos desagradable no acaba de convencer en ni como cinta de terror ni crea suspense pero agrada mucho por su independiente talento al filmar dejando un regusto amargo y bastante mal cuerpo.
PROS: El talento de la filmación y la capacidad de generar “mal rollo” de su director independientemente de lo extraño de las situaciones que narra.
CONTRAS: Su extremo surrealismo.
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