Película: El club.
Director: Pablo Larraín.
Intérpretes: Roberto Farias, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking.
Proyección: Renoir.
Afluencia: 55 personas.
Valoración: 7.
De Chile viene esta película, una filmografía la de este país casi desconocida y con poca actividad en su industria cinematográfica. En los setenta-ochenta destacaban los directores Miguel Littin, candidato por dos ocasiones al oscar en diferentes países, PatricioGuzmán o Raoul Ruiz. Ellos rodaban fuera porque su cine de denuncia era prohibido por la dictadura y además eran exiliados. A comienzos de este siglo aparecen nuevos cineastas que son capaces de competir con sus trabajos con poderosos emporios del cine como la de sus vecinos brasileños y argentinos o los lejanos mexicanos. Uno de los más populares es Pablo Larraín, que ya lograra meter a su país por primera vez en las candidaturas a la película de habla no inglesa por "No", centrada en el referendum propuesto por Pinochet para perpetuarse en el poder pero que lo perdió y se dio paso a la democracia. Su último trabajo ha recibido importantes premios en Berlín como el especial del jurado o los Fenix, equivalentes a los Felix a la película iberoamericana. Se centra en un tema que convulsiona a nuestras sociedades como los casos de pedofilia por parte de sacerdotes católicos.
Su comienzo es espectacular con esa fotografía nebulosa en el ocaso y la manera de presentar la acción es eficaz y con trazas de gran timonel. Además incide en un aspecto que cualquiera que haya estudiado en colegios religiosos se planteaba en cuanto a lo que había pasado con curas que desaparecen del centro en silencio. Una maniobra que usó la Iglesia en su momento para evitar el escándalo y las posibles denuncias que pudieran salpicar su fama. En esta especie de retiro viven cuatro sacerdotes atendidos por una religiosa bajo reglas estrictas para evitar su cercanía a la sociedad. Bajo oraciones, comidas y paseos a playas y trabajos con galgos o en la huerta transcurre su adormecida vida hasta que llega uno nuevo que provoca con sus suicidio el desatar los demonios que llevan dentro. Podemos comprobar que esa penitencia no sirve de nada pues no reconocen su crimen o lo justifican de diferentes maneras. También vemos los nuevos aires eclesiales en el director espiritual-encuestador que quiere cerrar el centro y entregarlos a la justicia pero que se con muros enormes. No hacen falta escenas explícitas para conocer el horror que se incrusta en nuestro interior y la película es incómoda hasta decir basta. Huye de la truculencia y deja al espectador que se implique en las entrañas de esa posesión infernal ni cae en moralismos o sensacionalismos. Una idea terrible que se come a un guión, algo forzado tras la segunda parte (los galgos muertos, el linchamiento a "Sandokan", el marginal llevado a ese estado por ese clero que debía ser su modelo a seguir...9. pero con todo el montaje prodigioso relativiza esos defectos y sirve para ver cómo madura el huevo de la serpiente. Falla en ocasiones el sonido y la mala vocalización de algunos actores en que destaca el inquisidor Roberto farias y esa no monja enigmática pero amable que da vida Antonia Zegers, esposa del director. Una obra que sabe crear sensaciones y se mete en uno.
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