ZOO

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Zoo es una película rara. No es sólo el formato pseudo documental o el tema inquietante que trata, es más bien el paquete completo.

Este pequeño diario de un zoofílico (o grupo de ellos para se más correctos terminológicamente hablando) explican con inquietantes voces en off dónde, cómo y por qué nace el amor por los animales tras la terrible muerte de uno de ellos. Kenneth Pinyan murió poco después de ser llevado a la sala de urgencias de un hospital de Enumclaw, Washington, donde viajaban ya que es uno de los pocos estados donde no se considera delito. Según los certificados de defunción, sucumbió por lesiones internas resultantes de una perforación de colon. Se inició una investigación policial que llevó a una granja. Allí se revelaron videocasetes y DVD en los que varios hombres sostenían relaciones sexuales con caballos. El documental, basado en el testimonio real de uno de los participantes, cuenta con actores noveles para reconstruir la visión de estas práctica, cuenta con mucho material de los hechos acaecidos en 2005 como entrevistas de radio o televisión que ayudaron a dar entidad al relato y para acompañar las imágenes recurso que suelen tender a la lírica y la poética más que al chabacano acto zoofílico concreto.


El principal problema de la narración es que es bastante complicado conectar con el espectador a pesar de intentar mostrar las inquietudes de cada uno de los protagonistas de la historia. Es complicado justificar o comprender la bestialidad o lo que anima a una persona a cambiar de estado para poder mantener relaciones con un caballo. Mientras en las cintas sobre adolescentes o en manos de Kevin Smith la cosa puede parecer hasta divertida el tomarlo en serio cuesta un poco más.


Comparándola con Equus de Peter Shaffer, obra de teatro escrita en los 70 que revolucionó en su momento al público (e incluso aún dio un par de coletazos en el montaje de este año) Zoo parece un ejercicio de colegial más carnal que otra cosa. El sexo explicito aparece poco en pantalla pero nadie tiene reparos en hablar sobre él. En la obra de Shaffer llevada al cine por Sydney Lumet su protagonista prefiere herir a los animales consciente de que la relación (que nunca llega a ser carnal) es amoral. Toda la obra trata de entender al joven y su lucha interior llegando al final a comprender su angustia. En Zoo en ningún momento se plantea la posibilidad de que los protagonistas reconozcan que su comportamiento sea cuestionable, defiende la diferencia y su libertad y motivación para seguir adelante porque su director contempla que la existencia de estas prácticas es real y razonable.


Zoo no juzga, no plantea ideas, no da opciones al espectador, el director asume la normalidad de lo que narra y precisamente en eso recae la polémica que rodea el film y su principal talón de Aquiles. Es larga (a pesar de durar una hora y diez minutos), aburrida y algo pesada porque no crea simpatía ni odio por nada de lo que aparece en la pantalla. Me sigo quedando con Equus.



PORS: La fotografía y la cuidada estética del film que impide que caiga en la vulgaridad.


CONTRAS: El enfoque que casi justifica cualquier cosa que aparece en pantalla.




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