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Freddie Highmore, es Evan (A.k.a August Rush) un huérfano que es capaz de ver y escuchar la música en todas partes. Además de la música sostiene que escucha las voces de sus padres y por eso decide fugarse para ir a buscarlos. Pronto descubrirá un especial talento para tocar instrumentos, heredado, aún sin saberlo, de sus progenitores, que desarrollará como forma para llegar a encontrarlos.
La película en realidad no goza de una calidad excepcional y posiblemente si quitamos los números musicales quedaría en poco menos que un ameno capítulo propio de una serie infantil (muy Marco buscando a su mamá) pero en realidad la combinación resulta atrayente y mágica a partes iguales gracias a los tres protagonistas: Freddie Highmore (visto en Buscando nunca jamás y Charlie y la Fabrica de Chocolate), Keri Russell (que por fin levanta cabeza muy dignamente) y Jonathan Rhys Meyers (del que no voy a añadir nada más porque claramente sonaría partidista). Se podría definir como una cuento musical emotivo y sencillo apto para todos los públicos.
El principal bache de la película viene de la mano del inclasificable Robin Williams como siempre sobreactuado e insoportable en una especie de pseudo viaje a Oliver Twist como “el Mago” un excéntrico explotador musical infantil (porque claro, un niño prodigio de once años tenía que acabar con un trovador de feria) que le enseña a explotar el talento musical tocando en la calle. Esta parte de la historia que sobra absolutamente e incluso consigue hacerse pesada (no sólo por la presencia del citado actor) no desmerece un resultado final bastante correcto y ameno.
Atención a Terrence Howard, que interpreta al asistente de menores porque todo hace presagiar que va a ser su año cinematográficamente hablando.
PROS: El momento en que padre e hijo comparten canción.
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