SEDA

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Parece que desde tiempos inmemoriales Japón y todo lo que tiene olor a asiático ha generado un interés particular en todos los europeos. Hace siglos como es el caso de seda simplemente por las riquezas y el misterio.


Un pequeño pueblo francés ha progresado gracias a la Seda. Las fábricas se han multiplicado y el bienestar de todos sus habitantes depende de que la cosa continúe del mismo modo. Una enfermedad en los gusanos hace peligrar el precario equilibrio por eso el mayor inversor de la zona decide tentar a un joven recién regresado del ejercito para que vaya a buscar huevos sanos a Japón. Su experiencia en el ejercito y la capacidad para poder viajar seguro por medio mudo son fundamentales así que convenciendo al padre del muchacho le empuja hacia una nueva vida que le permitirá casarse y gozar de un estatus sólo interrumpido por los viajes que pudieran surgir hasta que la plaga se acabase definitivamente.


Michael Pitt se defiende como gato panza arriba en este drama con pretensiones épicas que en realidad se convierte en una pobre novela que bien podía haber dado para una serie tipo BBC. La presencia de la cada vez más acomodada Keira Knightley ayuda sólo aparentemente a decorar el cartel y resulta empalagosa e inexpresiva hasta la saciedad. Y todo ello acompañado por un guión algo irregular que se ampara en la fotografía de las estepas rusas y los parajes inhóspitos de una Japón hermético e inexplorado. Hay varias cosas que no acaban de cuajar en las peripecias del joven, pequeños detalles que hacen naufragar el objetivo del director François Girard de hacer comprender las acciones repletas de pasión pero con ausencia de sentimiento en la interpretación de sus personajes.


Seda tiene un extraño tufillo a película de encargo. Como si hubieran mezclado los resultados de una encuesta para complacer a señoras de media edad que quisieran acudir a las salas un domingo por la tarde consiguiendo dormir a sus maridos. No hubiera sido tan grave si hubiese consentido en reducir la duración y simplificar la narración haciéndola más amable y llevadera y no convirtiéndola en un romance victoriano.



PROS: El dueño de la fábrica, Alfred Molina, único personaje entrañable.


CONTRAS: Los grandes vacíos de guión.


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