LOS HOMBRES QUE MIRABAN FIJAMENTE A LAS CABRAS

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Tras este escueto y descriptivo título nos encontramos ante una película plagada de estrellas en tono de comedia con momentos de incuestionable gracia mezclados con un poco de hastío.

Ewan McGregor es un periodista de segunda cuyas aspiraciones profesionales y personales son sencillas pero un fracaso, tras ser abandonado por su esposa por su editor decide que quizás sea e momento de viajar a la guerra para convertirse en un periodista de verdad. Allí, en la frontera es donde choca con la burocracia y conoce a un misterioso personaje que fue nombrado por uno de sus últimos entrevistados, George Clooney, según sus fuentes ese individuo es un gran guerrero mental (sea lo que sea eso). Así que ni corto ni perezoso acaba embarcado en una loca misión en la que su protector confesará ser parte de un experimento psíquico del gobierno para entrenar a soldados y convertirlos en guerreros Jedi. Entre sus habilidades está la de reventar nubes, controlar la mente e incluso mirar fijamente a animales y… ¡matarlas con la mente!

Como es de prever la consistencia argumental de semejantes hechos a pesar de que recen ser “más ciertos de lo que parece” son el principal lastre de la historia que se queda en una falsa seriedad que resta gracia a su loco planteamiento.

Lo más destacado es sin duda el elenco que consigue arrancar un buen número de risas. Primeramente el hippie Jeff Bridges en su año de gracia y en segundo lugar el malévolo Kevin Spacey que mantienen siempre ese aspecto elegante e imparcial independientemente de la caladura del proyecto. Para dar de comer a parte es la pareja protagonista que despierta más reticencias al enfrentarnos con un Clooney algo agarrotado que podía convertirse en un excelente cómico si diese rienda suelta a su gestualidad (si es que la tiene) y Ewan McGregor que es blandito en el género de la comedia pero como siempre queda muy bien en pantalla.


PROS: Oír a Ewan McGregor decir "¿Qué es un Jedi?”, el mismo tío que fue Obi Wan Kenobi.

CONTRAS: Que lo absurdo de la historia hace perder un poco el interés al no llegar a la parodia absoluta.

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